miércoles, 16 de septiembre de 2020

 


 

Jueves 17/09

Lengua y Literatura

Primer Año

Prof. Analía López


Temas:

*Lectura de cuentos de autor.

*Ampliación de vocabulario. 

Objetivos:

*Conocer algunos textos de la autora argentina Ana María Shua.

*Disfrutar la variedad de propuestas.


¡Hola, Chicos! ¿Cómo están?

¡Hoy volvemos a la Lectura!

  Antes de presentarles los textos de hoy, les recuerdo que sigue disponible la Biblioteca virtual del Desafío Leer 2020. Semanalmente presenta nuevos títulos de los más variados e interesantes para leer. Tenemos dos aulas abiertas ya que en la primera llegamos al máximo número de lectores. Así que los invito a seguir leyendo y eligiendo, junto con la familia, los mejores libros. También podemos seguir participando en los desafíos y ganando medallas. Si tienen alguna duda, me consultan a través del mail. ¡Felicitaciones a todos los que participan o han participado en este hermoso espacio!

 

Vamos a la lectura de hoy:

 La propuesta del día de la fecha es encontrarnos con hermosos textos. No hay que enviar nada. Lo que deben hacer es leer los textos que se presentan a continuación y, si es necesario, aclarar el significado de las palabras desconocidas, utilizando el diccionario.

 Hoy conoceremos una autora argentina que es excepcional: Ana María Shua. Ustedes leerán un cuento, un poema y dos microrrelatos… ¡A disfrutar!

Y… ¡Feliz día del ESTUDIANTE!

 


Textos de Ana María Shua

 

1.   SOLO DE NOCHE

¡Qué susto! ¡Qué espanto!

¡Un cuento de terror viene llegando!

 

Leandro tenía mucho miedo de quedarse solo de noche, peronunca lo hubiera confesado. A los 10 años, se sentía demasiado grande para pedirles a sus padres que se quedaran en casa.

Pero cuando se iban, todo a su alrededor se volvía amenazador. Le

parecía ver cosas por el rabillo del ojo. Cuando daba vuelta la

cabeza para mirarlas de frente, las cosas desaparecían. Quedarse

en su cuarto, sobre todo, le resultaba intolerable. Taparse la cabeza

con la frazada era todavía peor: si los monstruos que se imaginaba

lo encontraban así, sin que él pudiera verlos llegar, estaría completamente indefenso.

Lo curioso es que, al mismo tiempo, a Leandro le encantaba leer cuentos de terror. Entonces, lo que hacía cuando sus papás salían era sentarse a leer en el living, con todas las luces prendidas, hasta que volvieran. Un día estaba leyendo un cuento que le gustaba y le daba mucha impresión.

Se trataba de un hombre que había entrado en una cabaña perdida en

medio del bosque. Pasaba la noche allí y a la mañana descubría que

había dos puertas para salir, pero no podía acordarse por cuál de las

dos había entrado. Abría una puerta al azar y se encontraba de pronto

en otra dimensión.

Un desierto inmenso y horrible se extendía hasta el infinito.

Aquí y allá había unos cactus que se movían lentamente y parecían

tener ojos. Una extraña fuerza lo atraía hacia el desierto.

Con un gran esfuerzo de la voluntad, el hombre conseguía resistir

esa fuerza y se encontraba otra vez dentro de la cabaña. Pero,

una vez más, no sabía cuál de las dos puertas daba al bosque y

cuál daba al horror. Y tenía tanto miedo que se quedaba encerrado

para siempre en la cabaña.

Leandro levantó la cabeza sobre el libro y miró a su alrededor.

Su casa estaba llena de puertas.

La de la cocina, la del baño, la de su cuarto, la del cuarto de

sus padres… Cualquiera de ellas podía conducir a un lugar desconocido

y terrible. Varias estaban abiertas. Pero la de la cocina estaba

cerrada. Y ahora tenía sed, mucha sed. ¿Se atrevería a abrir la

puerta de la cocina? Dudó un momento con la mano sobre el

picaporte. Finalmente, abrió de un empujón. Azulejos, microondas,

alacenas, cocina, heladera. Todo bien.

Entonces abrió la heladera para sacar una gaseosa y se encontró

de golpe en un desierto blanco y frío, infinito. Formas de hielo

de extraño diseño se movían hacia él, primero lentamente, después

cada vez más rápido. La puerta de la heladera había quedado a sus

espaldas. Se volvió hacia allí y trató de correr para volver a la cocina,

pero el suelo parecía estar hecho de un barro frío y poroso que

se adhería a sus pantuflas. Por suerte la heladera no se había cerrado.

De algún modo logró aferrarse al borde de la puerta y saltar del otro lado, mientras el barro se tragaba sus pantuflas con un desagradable sonido de absorción.

–¡Leandro! ¡Leandro! –la voz de su madre lo despertó– ¡Te

quedaste dormido leyendo en el sillón del living!

Era maravilloso volver a ver a sus padres.

–¿Qué te pasó? –preguntó su papá– ¿Otra vez tuviste un mal

sueño?

–Pero mirá cómo tenés los pies embarrados… ¿Saliste al jardín

sin pantuflas? –preguntó la mamá.

Durante mucho tiempo Leandro se negó a abrir la puerta de la

heladera, y se mostraba muy cauteloso con todas las puertas en

general. Con el tiempo se le fue pasando el susto y empezó a

comportarse más normalmente. Había muchas explicaciones para

lo que le había pasado.

Una simple pesadilla, por ejemplo, que lo había hecho caminar

en sueños por el jardín. Eso sí: las pantuflas no aparecieron

nunca más.

Pero hay tantas maneras de

que se pierdan unas pantuflas…

¿O no?

 

 

 

2.                    Todos los no

 

No toques a los perros por la calle,

a los gatos tampoco,

no toques los faroles, las paredes o los cocos,

no toques mis papeles,

no toques mi cartera,

no toques la tele, la computadora, la heladera,

la nariz, el gomero, el techo, la vajilla,

no toques las estrellas, los monos, las vainillas,

no toques la perinola, la llave, la bombilla,

no te subas a la silla,

no te subas a la mesa,

no te subas al ropero, a la ventana, a mi cabeza,

a la luna, a la escalera, al escritorio,

no te subas a la cama, al trampolín, a la cerveza,

ni al cohete, ni al colectivo, ni a la reja,

No comas fruta que esté verde o esté sucia,

no comas nada que cualquiera te convide,

no comas maderitas, ni pasto ni frambuesas,

ni piedras que se te atragantan,

ni arena, tierra o basura.

No comas de la fuente, de la lata, de la mesa

Y por favor no te comas las orejas.

No pises la ropa, los pasteles, el charquito,

no pises mis zapatos, ni a tu hermano chiquito.

No pises.

Decía mi mamá, hablándome despacio.

Pero yo no le hacía ningún caso.

 

3.ESPECTROS

 

Si los fantasmas se esconden a tu paso con temblores de sábana, si los esqueletos vuelven a zambullirse de un salto en sus propias tumbas, no te jactes, amigo. Nunca te jactes de asustar a los espectros. Las muecas de terror con que se apartan de tu camino no son más que simulacros con los que pretenden hacerte creer que todavía estás vivo.

 

4.Tarzán

 

 Avanzando en las oleadas malignas, las hormigas carnívoras no han dejado más que esqueletos blanqueados a su paso. Horrorizado, Tarzán sostiene en su mano temblorosa la calavera pelada de un primate. ¿Se trata de su amada mona Chita? Condenado al infinitivo, el rey se pregunta ¿ser tú Chita, mi buena amiga mona? ¿La compañera que alegrar mis largos días en esta selva contumaz? ¿Ser o no ser?

 

 

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Jueves 17/09

Lengua y Literatura

Segundo Año

Profesora Analía López

Temas:

*Lectura de cuentos de autor.

*Ampliación y enriquecimiento de las prácticas de lectura literaria.

Objetivos:

*Conocer cuentos de tres importantes autores/as argentinos/as.

*Disfrutar la variedad de propuestas, reflexionando sobre las preferencias.


¡Hola, Chicos! ¿Cómo están?

¡Hoy volvemos a la Lectura!

  Antes de presentarles los textos de hoy, les recuerdo que sigue disponible la Biblioteca virtual del Desafío Leer 2020. Semanalmente presenta nuevos títulos de los más variados e interesantes para leer. Tenemos dos aulas abiertas ya que en la primera llegamos al máximo número de lectores. Así que los invito a seguir leyendo y eligiendo, junto con la familia, los mejores libros. También podemos seguir participando en los desafíos y ganando medallas. Si tienen alguna duda, me consultan a través del mail. ¡Felicitaciones a todos los que participan o han participado en este hermoso espacio!

 

Vamos a la lectura de hoy:

 La propuesta del día de la fecha es encontrarnos con textos muy interesantes. No hay que enviar nada. Lo que deben hacer es leer los cuentos que se presentan a continuación y, si es necesario, aclarar el significado de las palabras desconocidas, utilizando el diccionario.

 Hoy conoceremos tres autores argentinos que son absolutamente increíbles. Les presento tres cuentos para que vayan leyendo y conociendo a Claudia Piñeiro, Eduardo Sacheri y Pablo Bernasconi. Son autores destacadísimos. Si buscan información sobre ellos verán que tienen vida activa en el mundo de la literatura, del cine, de las redes sociales. Son los tres muy diferentes. Pero escriben muy, muy bien. Van a ver que puse antes de cada cuento una palabra para orientarlos en el tema de la lectura: “Crimen”, “Fútbol”, “Humor”. 

¡A disfrutar!

 

Y… ¡Feliz día del ESTUDIANTE!


CRIMEN

“Salsa Carina”

Claudia Piñeiro

 Se detiene frente a la góndola de conservas. Quiere hacer una rica salsa, la mejor que haya hecho. Aunque sea la misma de siempre. No cocina bien, pero sabe que preparando buenos acompañamientos cualquier plato mejora. Tres recetas alternó hasta el hartazgo en estos veinticuatro años de matrimonio. Veinticuatro años. Salsa de champiñones para las carnes, crema de puerros para los pescados y salsa de tomate Carina para las pastas. Se apropió de una receta de un viejo libro de cocina y la bautizó con su propio nombre, Carina. Una mentira piadosa. Se agrega al tomate vegetales picados en trozos muy pequeños: zanahorias, puerro, alcaparras. Ya los había cortado esa mañana, lo estaba haciendo cuando apareció Arturo en la cocina. Como todos los primeros sábados de cada mes, vendrían sus hijos, Marcela y Tomás, que ya vivían solos. Luego de varios desencuentros habían llegado a ese arreglo: el almuerzo del primer sábado del mes era sagrado. Por eso su asombro cuando Arturo le dijo que se iba. Por muy importante que fuera lo que tenía que hacer, nada cambiaba que lo hubiera dejado para después de comer.

Carina elige dos latas de tomate y las pone dentro del carro donde ya están el frasco de alcaparras, dos botellas del vino tinto que le gusta a Arturo y las cajas de ravioles. Mira las latas dentro del chango, levanta una y después de inspeccionarla, la descarta porque tiene una pequeña abolladura. La cambia por otra. Por qué escoger una lata abollada si la cobran igual que las sanas. Recuerda una frase que solía usar Arturo: no pagar gato por liebre. Pobre Arturo. Va hacia la línea de cajas, se para en aquella donde hay menos hombres. Los hombres hacen mal las compras, piensa, cargan de más y cuando pasan por la caja dudan, se dan cuenta de que no pesaron algunos alimentos, van a buscar algo que se olvidaron. Arturo nunca hizo las compras. Ni ella le reclamó. Ella no le reclamó nada en veinticuatro años de matrimonio. Él tampoco hasta esa mañana. Aunque lo de Arturo tampoco fue un reclamo. Reclama quien pide un cambio, una modificación. Él apenas informó, dijo pero no pidió nada. Ojalá hubiera pedido.

La última mujer delante de ella avanza y empieza a descargar sus compras. Carina mira la hora. A pesar de que le llevó tiempo limpiar la cocina, va a llegar bien. Los chicos no vendrán antes de las dos. Le dijo a Arturo: “¿Y qué les digo a los chicos?”. “Yo les voy a explicar”, le contestó él, “después”. Sí, claro, Arturo siempre después. Pero antes ella tendría que enfrentarlos y decirles por qué su padre había faltado al almuerzo de todos los primeros sábados. Trató de convencerlo de que se fuera después de comer. Pero él dijo que no, que ya tenía la valija lista. Ese no fue el punto, ni la valija lista, ni el almuerzo al que no asistiría. Hasta ahí ella estaba aturdida, pero entera. Él agregó que lo estaban esperando. Otra mujer. Y ese tampoco fue el punto porque siempre hay otra mujer. Pero entonces ella quiso saber qué. No le importaba ni quién ni por qué ni cómo. Qué. “¿Cómo qué?”, preguntó él. Carina le explicó: “¿Qué cosa de mí te hizo buscar otra mujer, alejarte?”. Él habló de generalidades, el tiempo que pasa, el amor que se desvanece, la cotidianeidad que arrasa con lo que se ponga delante. Sin embargo ella insistió, qué. No lo dejaría ir sin que él diera un motivo concreto. Y por fin él dijo, para que lo dejara ir. “Tu olor, olés mal”. Ella sintió un hachazo en el cuerpo. “Huele mal tu aliento, tu piel, tu pelo”. Esa confesión fue la que cortó el hilo que sostiene a las personas para que no pasen del deseo al acto. Así como ella sintió un hachazo en el cuerpo, tuvo el deseo de que un hachazo lo atravesara a él. Y aún empuñaba la cuchilla con la que acababa de cortar los vegetales.

Paga la cuenta, mete las bolsas en el chango y va al estacionamiento. No puede recordar dónde dejó su auto. Recorre la playa en un sentido y en otro. Un vigilador se le acerca: “¿La ayudo?, no se inquiete le pasa a mucha gente”. Pero ella claro que está inquieta, porque tiene que ir a su casa, terminar la salsa, decirle a sus hijos que su padre no almorzará con ellos. No quiere que ese hombre la acompañe. Él le pide las llaves, casi se las saca de las manos. Apunta a un lado y al otro hasta que por fin oyen el sonido de una alarma que se desactiva y ven luces titilando a unos metros de ellos. Carina da las gracias y se dispone a irse pero el hombre no deja que empuje el carro. Mientras avanzan, ella puede ver el hilo de sangre que chorrea del baúl. La sangre de Arturo. Mira al vigilador que todavía no parece haberse dado cuenta. “La ayudo a cargar”. Carina sabe que es en vano negarse. “En el baúl no, cargue todo en el asiento de atrás”, dice ella y se para sobre una pequeña mancha en el piso, ahí donde caen las gotas de sangre. El hombre baja la mirada: “¿Qué hizo señora?”. Ella está a punto de confesar, o de empujar el carro sobre él y salir corriendo, o de clavarle la cuchilla con la que mató a Arturo y lleva en la cartera. Pero entonces el hombre se sonríe y agrega: “Se ve que estaba muy distraída esta mañana”, mientras señala los pies de Carina. Recién entonces ella nota que lleva puesto un zapato marrón y otro negro.

 

FÚTBOL

“ORACIÓN CON PROYECTO

DE PARAÍSO”

 

Eduardo Sacheri

 

Querido Dios:

A veces se me da por pensar cómo será el Paraíso. Ya sé,

Dios, ya sé que no va cualquiera, ya lo sé. Pero pongamos que

uno se ha portado más bien que mal. Y que finalmente la cosa

tiene premio.

¿Qué pusiste vos del otro lado? ¿Cómo será el asunto? ¿Será un

único Cielo para todos? ¿Andaremos todos juntos, encontrándonos

y despidiéndonos después? ¿O será más bien algo hecho como a

medida, una especie de Cielo personal, para que uno vaya y le

ponga lo que más le gusta, como cuando uno es chico y tu vieja te

pregunta de qué querés la torta de cumpleaños? O a lo mejor son

las dos cosas: en la calle te encontrás con todos, y tu casa la armás

a tu gusto.

Vaya uno a saber. Pero por si acaso, y supongamos que uno

pueda hacer peticiones, yo ya tengo dos preparadas. Las tengo de

memoria, por si acaso en el momento de rendirte cuentas me trabuco

y se me piantan.

Primero: no quiero que transmitan los partidos. Te lo pido por

favor. Nada de estar comiéndome los codos con la campaña de

Almirante. Ya me banqué bastantes amarguras acá abajo, la

pucha. Aparte, mirá si pasa algún delegado tuyo y me manyan

puteando al lineman o al perro ese que acaba de errar un gol

hecho. Y después se me arma un lío de novela con vos, y yo qué

sé, ponele que me rajan.

Y lo otro es que haya una cancha. Una cancha posta, ¿sabés?

Con el pastito bien verde y parejito. Capaz que ahí nadie juega.

Capaz que andan todos en otra, cantando, tocando el arpa, vos

debés saber. Aunque no haya con quién juntarse a patear, a mí no

me importa. Pero que la cancha esté. Y que haya un balón, claro.

Porque si voy al Cielo quiero hacer lo que más me gusta en la vida.

Y otra cosa: que en la cancha llueva, porque con lluvia es más

lindo. ¿Te imaginás? El trotecito corto. El agua resbalándome por la

jeta. El olor al pasto mojado. La bola cortita y al pie. ¿Qué más se

te puede pedir, decime?

No te pido más nada, Dios. Lo demás que sea como vos dispongas.

Pero por favor, en serio, por favor: que la cancha esté.

 

HUMOR

“MUCHONETA”

Pablo Bernasconi

 

Un señor muy monono se compró una motoneta celeste.

–Voy hasta la esquina –le dijo a la esposa, pero cuando

llegó a la esquina aprovechó que le quedaba nafta en el

tanque y siguió un poco más, hasta el borde de la ciudad,

y como era en bajada siguió otro poco, por el campo,

entre las vacas y los pastos. Como tenía viento de cola

siguió un poco más, hasta la frontera con el país vecino, y

como lo dejaron pasar previa presentación de documentos,

siguió un rato más, hasta la cordillera nevada. Como

venía con buen envión, subió la ladera de la montaña

hasta la punta, y ya que el resto era cuesta abajo, se lanzó

sin miedo, tan rápido que le sobró velocidad para llegar

hasta la costa. Como justo estaba por partir un barco

enorme, se subió y anduvo dando vueltas y vueltas por la

cubierta, hasta que el barco llegó a un país del otro lado

del mar, con gente de otro color que hablaba raro. Pidió

indicaciones para volver a su casa y, como no entendía el

idioma, salió para cualquier lado. En cualquier lado pasaba

un tren que casi lo pisa, y por esquivarlo el señor se metió

de cabeza en un avión y anduvo con la motoneta por el

pasillo, entre los asientos; los pasajeros lo insultaban porque

les tiraba el café encima y los llenaba de humo. En cuanto

el avión aterrizó lo sacaron a patadas, con tanta fuerza

que fue a parar derecho a la puerta de su casa, donde se

quedó sin nafta.

Apenas entró, su mujer le dijo que se lavara las manos,

que estaban por comer. Pero que antes fuera hasta la panadería

de la esquina, porque se había quedado sin pan.

 

 

 

 

 

 

 

“Fisicoculturismo”

 Pablo Bernasconi

–Pongan algo más –dijo confiado Juan Carlos

Tonelado. Se había propuesto batir el récord mundial de

hombres forzudos, y no iba a detenerse ahora.

Empezó con un auto, pero le pareció liviano.

–Agreguen algo más.

Y se subió al auto una familia entera.

–¡Algo más!

Y sobre el auto se subió el campeón mundial de

comedores de pasteles sentado en un elefante.

–Algo más.

Y sobre el campeón mundial de comedores de pasteles

se subió un colectivo lleno de turistas alemanes.

–Algo más.

Sobre el colectivo de turistas alemanes pusieron una

casita pequeña.

–Algo más.

Entonces llenaron la casita pequeña de luchadores de

sumo.

–Algo más.

Y arriba de la casa pusieron un piano de cola.

–Algo más.

Y sobre el piano de cola instalaron una pileta de natación

con una colonia de vacaciones adentro.

Ahí se detuvieron. Ya era de noche y a Juan Carlos

Tonelado le daba miedo la oscuridad.

 

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